Amaneció aquella vez
la tímida alborada
y saliste del bosque
como lo hacen las hadas
marcando el suelo húmedo
con tus rígidas pisadas
el destino te ha llevado
a esta tierra sagrada
y ya casi sin aliento
y toda maltrecha y cansada
has decidido quedarte,
quedarte allí sentada
sobre la triste lápida
de mi última morada
así con tu pecho de mármol
y tus alas desplegadas
con tus brazos de granito
y la frente despejada
así con tu cuerpo inerte
y tu pétrea mirada
Ángel de alabastro
tan dulce y abnegada
vigilas mi sueño eterno
no me abandonas por nada.
Juan Francisco Samaniego